domingo, 26 de junio de 2016

QUÉ SABE NADIE


Si tuviera que elegir un lema que prevalece en mi vida, incluso en situaciones límite, incluso ante decepciones y deslealtades, sería probablemente: ¡Qué sabe nadie!
En casa nos inculcaron que había que tener tacto, nos lo inculcaron tanto que a veces te arrepentías de tanta delicadeza, cuando alguien te hacía daño, y por no ponerte a su altura, por un exquisito tacto, callabas, te tragabas la decepción y tratabas de soportar con dignidad que ya nada volviera a ser igual con esa persona. 
Esta práctica curte y por otra parte ayuda a ser más tolerante, más comprensivo; ayuda a plantearse muchos porqués: el porqué del comportamiento ajeno y el porqué de la conducta propia. 
Las personas más cercanas a mí a menudo me reprochan mi predisposición a justificar casi todo y a casi todos. En cierto modo me acusan de adolecer de un "exceso de empatía". Siempre pongo una interrogación ante cualquier actitud humana, siempre busco un porqué, siempre planteo un ¡qué sabe nadie! La mayoría de las veces hay un porqué imprevisto. 
En ocasiones hago conjeturas, imagino los posibles porqués. Explicaciones plausibles (o incluso un poco peregrinas) que justifiquen determinados comportamientos.
La mayor parte de las veces no se desvelan las razones. Pero a mí me basta saber que puede existir aunque solo sea una, nada más,  que podría esclarecer todo.
Esta actitud que me caracteriza se hace patente no solo ante cuestiones importantes, sino incluso ante las más banales. Un ejemplo de ello es lo que -como decía mi abuela Candelas- me ha tenido hoy el pensamiento entretenido.
Al salir de casa me sorprendió ver el contenedor de residuos biológicos repleto de globos amarillos. Y no me cuestioné cómo es que no los habían depositado en el contenedor de los plásticos, no. Me sorprendió ver tantos globos amarillos que abarrotaban el contenedor. Y enseguida me asaltó un pensamiento de reproche: ¿Provendrían de alguna fiesta, todos amarillos?¿Cómo han podido llenar el contenedor de globos? Podrían haberlos pinchado, al menos,  para que no ocupasen... 
Y acto seguido hizo su aparición la reflexión "qué sabe nadie". Quizá estoy siendo malpensada, quizá no han tirado los globos tal cual les estorbaban, sin detenerse a pincharlos, por pura holgazanería, sin pensar siquiera en dejar espacio a los demás. Tal vez les ha movido un propósito altruista y han querido contribuir a la alegría de los transeuntes, sabedores de la tentación que picar los globos provoca y del efecto desestresante que ello origina. 
A menudo no importan los porqués y una acción aparentemente nociva o reprobable puede causar efectos terapeúticos de pensamiento o de hecho. 

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