miércoles, 28 de septiembre de 2016

DE ESTACIÓN EN ESTACIÓN


Ahora viajo raramente en tren pero cuando lo hago me encuentro de nuevo en un ambiente acogedor y familiar, como en una segunda casa, y no importan los gestos maleducados a veces o los politonos inverosímiles de móviles y tablets. Durante un período, más o menos largo, me relajo, veo el paisaje correr mientras  estoy sentada, los árboles desfilar, las gentes subir y bajar en las estaciones, que son una metáfora de las promesas de amor, y aprovecho para ordenar el bolso o el monedero o las app del teléfono.
Edward Hopper 
Compartment C, Car 293, 1938
Oil on canvas
Me gusta leer en el tren, probablemente sea uno de los puntos de mayor concentración de lectores y no estaría mal hacer una encuesta sobre las lecturas en ruta. Cada vez hay más e-books y tiene sentido porque llevas encima, en solo 170 gramos, una buena biblioteca.
La última vez he llevado un libro en papel y hueso que me tenía absorbida. Lo he leído solo en el viaje de vuelta y menos mal porque no podía parar de llorar bajo las gafas de sol. Y entonces he pensado que con el e-book habría podido elegir una lectura que no me obligase a usar tanto el pañuelo... Pero hasta eso se puede hacer en el tren con intimidad. Y la gente, cuando se sienta a tu lado, saluda y se despide, pide por favor y se disculpa. Y yo puedo perdonar fácilmente el retraso ferroviario porque este medio me da mucho a cambio y me recuerda míticos viajes ferroviarios que duraban una vida, lágrimas de despedida en la estación, juegos de cartas, inolvidables conversaciones con desconocidos...
El tren, de alta velocidad o de cercanías, sigue siendo un amigo cómplice.