martes, 8 de noviembre de 2016

TEMPUS FUGIT


¿Qué quieres ser de mayor? No sé si se sigue formulando esta pregunta a los niños de hoy pero a los que somos adultos, de pequeños, cuando teníamos tiempo para hacer los deberes solos y luego salir a la calle a jugar y de vuelta ver los dibujos animados en la tele, nuestra respuesta a esa pregunta variaba -según el día- entre policía, enfermera, bombero, peluquera, médico, maestra, astronauta y poco más. A nadie se le ocurría decir cantante o futbolista, que considerábamos pasatiempos y no existía en nuestras cabezas menudas el concepto de ingeniero aeroespacial.
Cuando nos hacían esa pregunta, pensábamos en profesiones porque se nos educaba para que fuéramos "mujeres y hombres de provecho".
No se nos enseñó, en cambio, como tampoco ahora se enseña, a ser personas de provecho para nosotros mismos.
O siquiera otras posibles respuestas a la misma cuestión.
¿Qué quieres ser de mayor? Quiero ser feliz, quiero ser buena persona, quiero ser sembrador de esperanzas, quiero ser revelador de sueños...
Cuando luego somos mayores y recordamos aquel interrogante hacemos cuentas y, si nos cuadran, somos policías, peluqueras, médicos o maestras... mayores.
¿Y qué? Pues que, con vocación o sin vocación, lo que sí somos de verdad es mayores, adultos a los que se les escapan a menudo frases sintomáticas como ¡el tiempo vuela! o ¡cómo han podido pasar tantos años!
Y empezamos a hacer balance: quería ser enfermera y lo soy; quería ser bombero y soy jardinero.
Y nos interrogamos: ¿Soy lo que quería? Es más: ¿Soy lo que quiero? ¿Preferiría apagar un fuego o avivar una flor?
¿O simplemente nos dejamos arrastrar por el agua que se vierte en la clepsidra de nuestra existencia?
Si me planteasen qué quiero ser de más mayor, respondería sin duda que lo mismo que quiero ahora: ser feliz y para ello ser una buena persona, honesta, equilibrada, serena, amante y amada, grata y gratificada.
Me pregunto si se sienten así nuestros mayores. Si se sienten serenos, amados, gratificados, comprendidos por sus hijos, sus vecinos, sus cuidadores, sus médicos, sus gobernantes. O si son infelices porque en la poca arena que les queda en sus relojes hay demasiadas piedras que hacen daño en la caida y corroboran cuán fea y desdichada es la vejez.
Sólo hay una salvación a cualquier edad: recorrer el camino de la mano del tiempo con amor. Cualquier forma de amor nos puede rescatar.

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