miércoles, 31 de enero de 2018

GOOD VIBRATIONS


Se me había olvidado que nací con la suerte de cara.
Estoy haciendo una gran limpieza general en mi casa y en mi vida. Para mí, que tiendo al caos pero necesito el orden como el aire que respiramos, está siendo terapeútico deshacerme de tantas cosas polvorientas, custodiadas en cajas y armarios durante años y años, destinadas a la triste suerte de servir solo para ocupar un hueco en el espacio. Solo ahora que las estoy sacando a la luz, se revela su verdadero valor: ir camino de la basura, de una bolsa para ser donadas, para regalarlas a alguien que las sepa lucir o para rescatarlas y devolverlas al huequito que tenían ya en mi corazón.
He encontrado los discos que me regalaron cuando tenía 14 años,
todos ellos vinilos, singles y LPs, firmados por mis amigas con letras bastante infantiles. Uno de los LPs encierra dentro los grandes éxitos de Elvis Presley. Dice mucho de mis gustos porque ya entonces era de "carrozas" que te gustase Elvis Presley...
Ha aparecido también el single de Michael Jackson de 1980 "She's out of my life" que cantaba -yo- con gran convencimiento.
De años más adelante, ha resucitado el LP de la magnífica banda sonora de la serie "Mamma Lucia" de Mario Puzo, con la mítica "Caruso" de Lucio Dalla interpretada por Pavarotti y que tanto hizo llorar a mi madre porque le recordaba a la hija que había "emigrado" a Italia el mismo año que se le casó la primogénita... "Te vojo bene assaje 🎶".
Y ya de los '90 el LP "Cambio" de Lucio Dalla que me regaló Giuliana, una alumna italiana extraordinaria que se convirtió en amiga generosísima e inolvidable. Cada disco es un recuerdo, un montón de personas, lugares, sensaciones, olores... Con la música el tiempo se para, se congelan las imágenes y a veces un poco hasta el corazón.
Ha aparecido también un elegante encendedor que gané a los trece años en un concurso radiofónico. Me ha hecho sonreír por la alegría del premio, no por el encendedor en sí,  sino por el reconocimiento que significaba. Creo haber ganado al menos otros dos en programas sobre temas diferentes y la emoción era inmensa.
Entre los últimos 70 y los 80 la música llegaba a través de la radio. Empezaron las primeras emisoras en Frecuencia modulada y todos grabábamos nuestras canciones preferidas en cassettes desde la radio, siempre en tensión, con el terror de que el disc jockey tuviera demasiado afán de protagonismo e interrumpiera la canción y por consiguiente arruinara la grabación. No nos aterraba, en cambio, que a alguien se le ocurriera reclamarnos por ello los royalties, porque no existía ni siquiera el concepto de que aquello pudiera atentar contra la propiedad intelectual.
Pues bien, yo era seguidora de un programa de la tarde en el que se pinchaban éxitos de todos los tiempos y se contaba la historia de la canción o de los cantantes o anécdotas y además había un concurso semanal que consistía en que proponían un tema que hubiera sido un éxito de ventas en algún momento de la historia, el cual sonaba en el programa todos los días durante una semana y el espectador participaba en el concurso con una carta en la que expresaba qué sentimientos provocaba en él esa canción.
No recuerdo que fue lo que escribí cuando decidieron que el tema de la semana fuera "Good vibration" de los Beach Boys; sí recuerdo en cambio que tuve el impulso de participar como no me había ocurrido antes con ninguna otra canción y que lo que escribí, lo redacté, el primer día que la escuché en el programa; lo pasé a limpio y envié la carta.
No he olvidado la dicha cuando eschuché mi nombre y mi texto leído por el locutor y que el premio esa semana era un lujoso encendedor chapado en oro de la marca Silver Match de Paris. Modelo Kis, escrito así con una ese, como un beso dado a medias.
Este mechero sigue echando chispas y he decidido llevarlo al estanco para que lo recarguen y poder así encender la vela que me recuerde cada día que siempre se puede ver una luz aunque tengamos que alumbrarla nosotros y que la suerte, desde que nací, está de mi parte.

viernes, 26 de enero de 2018

AGUJEROS NEGROS


Desde que de niña estudié el sistema periódico y la maestra nos enseñó la magia que encerraba esa tabla organizada por grupos y familias de elementos químicos, desde que supimos que todo todo todo cuanto hay en la tierra está compuesto de esos elementos -que entonces eran ciento cinco-, me fascinaron la tierra, los planetas, las estrellas... Y ya entonces, a pesar de los doce años, comprendí que el universo era una metáfora del ser humano o viceversa.
Por San Lorenzo y por Santa Lucía miro al cielo con la esperanza de que algún deseo se me haga realidad, más que nada porque si hasta una pequeña estrella puede iluminar un largo camino, no digamos una estrella con su estela cómo ilumina los ojos y el corazón de quien se cruza en su viaje.


Últimamente me inquietan los agujeros negros, esos monstruos invisibles y voraces que se nutren de la energía de los desprevenidos. Los astrofísicos pierden el sueño por conseguir darles caza para intentar desentrañar el misterio de su naturaleza. Dicen que al parecer hay un agujero negro supermasivo en el centro de cada galaxia; el de nuestra Vía Láctea es tan invisible como los demás pero sabemos que se llama Sagitarius A. Todos ellos tienen en su interior una cantidad de masa tan  elevada como para generar un campo gravitatorio de tal magnitud que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella.
Y me digo yo: ¿Cómo algo tan invisible, tan oscuro, puede devorar estrellas, alimentarse de luz, llenarse de ellas y seguir siendo negro como la amargura?
Son como los tornados, que atraen todo hacia su centro produciendo solo destrucción, desolación por donde pasan y ya nada vuelve a ser como antes.
Pero los tornados depués lo vomitan todo, hasta vacas que aparecen a gran distancia de donde pacían tranquilamente.
En nuestro mundo algunos somos astros, otros planetas, hay satélites, soles, estrellas enanas, meteoritos, estrellas gigantes, cometas, nebulosas y agujeros negros. Hay que evitar a toda costa el campo gravitatorio de estos últimos porque si te atrapan, te absorven, te roban la luz y llegas a desaparecer opacada por su oscuro interior.